Para los y las fans de Marta Hazas

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lunes, 11 de octubre de 2010

Un Shakeaspeare (casi) inevitablemente racista

El Teatro Pérez Galdós abrió temporada con El mercader de Venecia, que será seguido por otra pieza shakespeareana en el Teatro Cuyás. Arropa estas funciones un interesante programa del Vicerrectorado de Cultura de la Universidad de LPGC y las direcciones de ambos teatros, colaboración iniciada hace meses con la Electra de Galdós para ensanchar en valores las presencias teatrales y propiciar el ambiente del acontecimiento.

Con la segunda función del Mercader fuimos testigos, y en buena medida partícipes, de un verdadero éxito. El texto versionado por Rafael Pérez Sierra y escenificado por Denis Rafter conecta bien con la audiencia de hoy por el ritmo cinematográfico de las muchas escenas, el aligerado lenguaje, las sumarias transiciones del decorado modular -diseñado por Javier Roselló con conocimiento y buen gusto- los bellos y cómodos trajes de Pedro Moreno y la iluminación apastelada de Daniel Giménez. Todo ello al servicio de una equilibrada alternancia de los elementos tragicómicos del original, que unas veces espantan y otras divierten.

La voluntad de aproximación socioestéticas al teatro que hoy se consume allana quizás con exceso la tonalidad de la escena isabelina y desdibuja algunos parámetros clásicos que entendemos indisociables del genio de Shakespeare. Por ejemplo, las portadoras -sin rostro- de los tres cofres que alegorizan el juego de la vida y de la felicidad, tan afines a las parcas grecolatinas o las nornas indoeuropeas, resultan triviales en una traza caricaturesca que se contenta con hacer reír.

En el terreno de los arquetipos shakespeareanos, herencia directa de los trágicos griegos, el modelo Shylock oscila entre la usura y la venganza. El poder catártico de la segunda de esas pasiones, muy subrayado por el actor Fernando Conde, también se banaliza en el empeño de provocar la risa durante el juicio ante el dux veneciano.

La "Némesis" tudoriana que encarna en el satánico rencor del judío prestamista es una de las más repelentes expresiones racistas de la historia del arte. Pero del claroscuro expresionista que, en esta versión, describe al personaje como un esperpento, habría que extraer la grandeza trágica de la negatividad, un efecto sin duda querido por Shakespeare cuando concentra en Shylock todo lo abominable que esconde el alma humana, y atribuye a la sociedad veneciana las más primitivas cargas de desprecio racial. Aún así, la representación es muy digna y sostiene con maestría un tempo grato para el verbo clásico. La excelente calidad media del trabajo actoral es la base del éxito.

Destaca Fernando Conde en el rol protagonista, con celajes y matices en la voz mucho más interesantes que sus alternativas de volumen, entre el grito y el susurro casi inaudible. Alto nivel de Jorge Lucas, Manuel Regueiro, Marta Hazas, Ricardo Vicente y César Sánchez.
Y aportaciones exigentes de los demás, salvo en alguna demasía caricatural que no hace falta.

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